The ghost of Christmas past [El Fantasma de Las Navidades Pasadas]
Soñó que era abrigado por sus padres, que descansaba extrañamente cálido bajo una única y desgarrada colcha, que cerraba los ojos después de que su madre apagara las velas, deseoso de dormir para que por fin fuera el siguiente día... pero la luz no se iba, y con cada segundo que pasaba, ésta se hacía más y más luminosa, y había más y más calor...
Despertó; a pesar de que no estaba dormido, despertó.
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-Hola. ¿Cómo te llamas? - preguntó una pequeña pelinegra, con esa curiosidad que caracteriza a los niños de su edad, al sujeto que se encontraba frente a ella.
-Daniel.
-¿Tú conoces a Santa? - preguntó ahora con emoción.
Tras varios segundos de silencio, respondió.
-No.
-¡Samantha! - era el inconfundible llamado de su madre, quien, muy pronto, llegó a donde ella se encontraba. - ¿Cuántas veces te he dicho que no te separes de mi?
Pero la pequeña Samie de 5 años de edad no le hacía caso, sólo se dedicaba a observar un punto lejos del rostro de su madre. Ella volteó hacía ese lugar pero no pudo observar nada; suspiró y tomó la delicada mano de su hija para guiarla de vuelta al auto. Samie no apartó su vista del punto; ella tampoco veía nada, pero sabía que su nuevo amigo Daniel aún estaba ahí. Le dijo adiós con la mano y luego se dejó llevar por la mano de su madre.
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Una y otra vez volvía el sueño aquel, insistente e insoportable... No, no sueño; ¿cómo podría decirse que estaba soñando si no estaba durmiendo en primer lugar? Bien. Si no era dormir lo que hacía, entonces sólo digamos que se "desconectaba del mundo"... ¿desconectarse del mundo? ¡Eso sí era gracioso! ¡¿Cómo podría alguien (algo) desconectarse de un mundo... cuando ya no se está conectado a él? Porque, aunque doliera reconocerlo, ya no había conexión alguna entre este mundo y él.
Era patético que a estas alturas de la vida le aterrara desprenderse de su hogar y entrar a la Zona Fantasma, a donde pertenecía; era patético que se aferrara a esta dimensión con tanto ahínco como lo hacía... y lo hacía porque en la otra dimensión, sus días estaban contados...
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Estaba sola. La pequeña Samie de ahora 6 años se encontraba sentada en una de las bancas de la plaza y estaba sola. Su padre la había llevado a pasear a instancias de su madre, quien debía resolver ciertos asuntos "pendientes" sola en casa (por ejemplo: introducir los regalos que su hija abriría en la noche y que pensaría fueron de Santa).
Jeremy le había comprado un globo enorme con uno de esos vendedores ambulantes, uno que a su pequeña le llamó mucho la atención... al principio, pues minutos más tarde se quejó de que el color no le gustaba demasiado. Pidió a su padre que le comprara otro globo, así que él le ordenó que se quedara sentada en la banca y esperara a que cruzara toda la plaza y le comprara el nuevo (dichoso) globo, y sobretodo, que NO HABLARA CON EXTRAÑOS.
Pero apenas su padre se marchó, se sintió muy triste, sola y abandonada; tenía tantas ganas de llorar; creía que la dejaría ahí olvidada. Al tratar de llevarse las manos a los ojos, el listón con el cual sujetaba el globo se le escapó de las manos y se elevó por el aire, entonces sí comenzó a llorar.
Él estaba sentado en la banca contigua a la de ella y la observó llorar. Por más frio que estuviera su corazón, no pudo evitar conmoverse con las lágrimas que la niña derramaba, por lo que fue a rescatar su globo.
-Aquí tienes - Samie escuchó que una voz de hombre le decía. Apartó sus manos de los ojos y observó a un chico mayor que ella (mucho mayor, pero no tanto como su padre) de ojos verdes y brillantes, quien le sonreía amistosamente y le entregaba el globo que se le había escapado. La expresión de tristeza en su rostro se transformó en una de felicidad al ver que su globo estaba de vuelta; estiró sus manos y lo tomó.
-Gracias - dijo muy contenta.
Iba a responderle, pero su padre ya venía muy cerca. Se hizo invisible y permaneció donde estaba, mirando a la niña.
-Muy bien Samie, aquí tienes otro globo - pero al igual que el año pasado ella no estaba poniéndole atención a él, sino al otro él... al que realmente no podía ver. -¿Samie? ¿Samantha? ¿Estas escuchándome?
Si no fuera porque estaba seguro de haberse tornado invisible, juraría que ella podía verlo... a los ojos. La imaginó caminando hacia él y tocándolo, revelando su presencia en ese lugar; pero no ocurrió. La pequeña volteó a ver a su padre, y enseguida al enorme globo que traía para ella; no dudó ni un instante en soltar el que ya sostenía para arrebatarle este nuevo (y más bonito) a su padre. Jeremy la tomó de la mano y se la llevó para seguir paseando.
Él estalló de ira al contemplar el globo que le había rescatado, de nuevo en el aire. ¡¿Cómo podía haber niños tan tontos? ¡¿Por qué demonios lloró al perderlo si no lo quería de verdad, si iba a soltarlo otra vez?
Tuvo que aguantarse las ganas de arrojarle uno de sus láseres de energía ecto-plasmática o atacarla con su rayo congelante; siendo el fantasma que era, debía acatar la tregua impuesta para Navidad.
"Estúpida tregua" murmuró cuando sus ojos volvieron de rojo intenso a verde fosforescente.
Emprendió el vuelo con dirección desconocida, a ningún lugar en especial, para cumplir la rutina de todos los días.
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-¡Mira! Mi papá me trajo este juguete del trabajo - una niña de aproximadamente 7 años mostraba (presumía) su nueva muñeca a un pequeño de 6.
-Pues a mi Santa me va a traer un juguete cuando me duerma.
-Yo no tengo que esperar a que venga Santa porque mi papá puede traerme todos los juguetes que quiera y cuando quiera... Es más, creo que mejor quiero otra muñeca, ésta está muy fea, no me gusta - la arrojó al suelo y se fue a su casa.
El pequeño ojiazul miró detenidamente la muñeca en el suelo. A él no le gustaban las muñecas porque era un niño, ¡pero era un juguete nuevo! Tal vez si le cortaba el cabello y la falda... alargó una de sus manos y trató de tomar el juguete, pero la niña apareció y lo detuvo con su blanca mano.
-¡¿Quién te dijo que agarraras mis cosas? - tomó la muñeca y se la llevó.
Despertó.
Sentía la rabia dentro de sí. Sentía lo que había sentido aquel entonces, algo que su inocencia y bondad de niño no sabía poner nombre, pero que ahora conocía muy bien: odio.
Odiaba a esa niña que en su infancia lo humilló, se burló de él y despreció; odiaba a esa pequeña hija del rico comisario del pueblo que presumía y derrochaba lo que tenía... lo que él ni siquiera podía soñar con tener. Odiaba a la muñeca, esa que casi conseguía, pero que le fue arrebataba, la odiaba tanto; más que nada odiaba lo que representaba en su vida: aquello que nunca pudo tener… un juguete que no llegó mientras dormía... o tal vez sí, pero él ya no estaba ahí para recibirlo.
Todo ese odio, a lo largo de los años, se había instalado en el fondo de él y había estado creciendo imparablemente, tanto que le hacía odiar todos los demás niños ricos que viera, a todos, porque todos eran como ella. Pero no solo se trataba de niños ricos y presumidos, él sentía aversión hacía cualquier objeto o persona que se presentara ante sus ojos, y no lo podía evitar... así era, y así sería siempre.
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-No te muevas Samie, déjame terminar - Pamela Manson pedía a su hija, quien por cierto lucía muy desesperada e irritada, mientras hacía unos últimos retoques a su peinado - Ahora sí, ya estas lista. ¡Te ves preciosa! - exclamó con orgullo.
Samie se miró en el espejo y puso su más clara cara de enojo. Ya le había dicho a su mamá más de mil veces que ese año ella no quería parecer princesa de cuentos de hadas en su fiesta de cumpleaños, que quería ser alguna otra cosa y no lo que siempre era (y lo que siempre eran las otras niñas a las que conocía). Aquel día cumplía 7 años, le parecía que era la edad suficiente para que ella pudiera elegir cómo vestirse.
-¡Mamá!
-No digas nada, luces perfecta. - y dicho esto salió de la habitación.
-No es cierto... - parecía una muñeca, parecía niña pequeña, y ella ya no era una niña pequeña, ¡tenía 7 años! - ¡y ya no quiero que me digas Samie!
Lamentablemente para ella, su madre, padre, tíos y demás familiares siguieron llamándole de esa manera, excepto su abuelita, quien aceptó llamarle solo Sam; Sam sonaba menos infantil, y eso le gustaba.
La fiesta se llevó a cabo en un gran salón de fiestas infantiles, el que fue mandado a adornar con millones de 7's y detalles rosas y felices (elegidos por Jeremy y Pamela Manson); acudieron un montón de familiares que Sam no conocía y varios amigos cercanos de sus padres. Duró varias horas. Casi anochecía cuando llegó la hora de abrir los regalos, después de lo cuál, todo mundo podría marcharse a sus casas a descansar.
-Primero abre el de mami, querida Samie.
Tan emocionada estaba, que no le importó que su mamá le llamara Samie. Tomó el paquete y desgarró el papel que lo envolvía. ¿Qué era? ¿Qué era?... Frunció el ceño cuando vio lo que su madre le había comprado.
-¿Una muñeca?
-Así es cariño, una muñeca muy cara y muy bonita. ¿Te gusta? - inquirió con una brillante sonrisa, a ella sí le había gustado.
-No.
-¿No?
-Yo no quería una muñeca... - murmuró con voz trémula, estaba a punto de llorar. Varios de los invitados comenzaron a verse avergonzados, parecía que ellos también le habían comprado muñecas. ¡¿Pero qué otra cosa comprarle? ¡Era una niña! Se suponía que las niñas jugaban con muñecas - ¡Yo no quería una muñeca! - gritó Sam y la tiró al suelo.
Repentinamente, una gran explosión ocurrió en la mesa de regalos, al mismo tiempo que un resplandor verde iluminaba la estancia. Los invitados huyeron asustados inmediatamente, y sólo los que se quedaron más atrás alcanzaron a observar al extraño ser que apareció. Estaba flotando; su vestimenta era negra y usaba botas y guantes blancos, además, su cabellera era de ese mismo color.
Había llegado a la fiesta mucho antes que la mayoría y había permanecido en ese lugar solo para matar tiempo, escondido y observando a hurtadillas. Cuando la niña del cumpleaños abrió el regalo y manifestó su disgusto por éste, rememoró sus años de infancia, rememoró a la niña presumida que evitó que él tuviera un juguete de Navidad, rememoró cómo había despreciado de la misma manera una muñeca parecida; entonces sus ojos se volvieron rojos, como lo hacían cada vez que la recordaba, y se cegó por la furia.
Su próximo objetivo, destruida la mesa de regalos con todos los presentes en ella, era la niña, a quien estaba dispuesto a atacar sin piedad. Una sonrisa malvada se formó en sus labios.
La buscó entre el polvo que generó la explosión y la encontró temblando bajo una de las otras mesas que había en el lugar. La oscuridad no lo dejaba ver, pero estaba llorando, podían escucharse sus sollozos; ¡cómo si eso fuera a detenerlo! Tomó la mesa que la escondía y la arrojó con rudeza hacía atrás. Cargó energía en una mano y se preparó para lanzársela, ahora no habían treguas estúpidas de por medio que le impidieran atacarla... pero sí un par de ojos tristes que lo paralizaron al instante. Su sonrisa se deshizo y la sustituyó una mueca de amargura. Esos ojos, sus ojos, eran exactamente iguales a los de su madre... aunque podría ser que no, habían sido demasiados años desde la última vez que la vio.
No pudo atacarla. La energía murió en su palma del mismo modo en que nació y se retiró del lugar, no sin antes mirar a la niña una vez más, dándose cuenta (sin saber por qué) de que tomaba la decisión correcta al no atacarla. Esta niña era especial.
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Creo que jamás olvidaré aquel día, sobretodo si continúa presentándose en mis sueños de forma continua como hasta ahora lo ha hecho; sé que debí haberlo olvidado hace mucho tiempo, ¡ocurrió hace 8 años!, pero simplemente no puedo.
-¡Sam! Te necesito en la cocina, cariño. ¿Puedes bajar un momento?
Suspiró frustrada. No era que le molestara la idea de ayudar a su madre con lo que fuera que estuviera haciendo para la cena de Navidad, de hecho las fiestas decembrinas eran su época favorita del año; pero estaba tan entregada a lo que estaba escribiendo en su diario, a punto de describir cómo aquellos ojos rojos se habían quedado grabados en ella y cómo la había perturbado su risa malévola. Pero su madre necesitaba socorro allá abajo en la cocina; ni hablar, ya escribiría todo eso otro día.
Cerró su cuaderno, lo guardó en uno de sus cajones y salió de su habitación.
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Su madre la había dejado libre para que fuera a arreglarse. La cena estaba ya preparada y lo único que restaba para los miembros de la familia Manson era darse una ducha y vestirse para recibir a los familiares que los visitarían.
Sam subió a su habitación, ingresó a su baño privado y preparó la tina para darse un baño de burbujas. Estaba tan cansada después de asistir a su mamá con la cena navideña, que no se dio cuenta de que se quedó más tiempo del debido duchándose... y hubiera podido permanecer más tiempo, de no ser porque empezaba a sentir mucho frío.
Salió de la tina, se envolvió en su toalla y se puso las pantuflas para salir a su habitación y ponerse el vestido que había conseguido para esa noche, uno negro y no rosa como su madre hubiera preferido; había batallado mucho para convencerla, pero gracias a su abuela Ida lo había logrado. Este recuerdo la llenó de una gratificante sensación de victoria, y de esta manera salió del baño y entró a su habitación.
Gran sorpresa dejó verse en sus ojos cuando encontró a un sujeto dentro de su cuarto, misma sorpresa que también dejó verse en los ojos de éste. Sam se preparó para gritar, pero el hombre se lo impidió cuando se acercó velozmente a ella y cubrió su boca con ambas manos; sin embargo, las manos de la ojivioleta aún estaban libres y ella no dudó en utilizarlas para golpearlo con toda su fuerza... y aún más, la antigua sensación de victoria que tenía le obligaba a acabar con el intruso, secuestrador, ladrón o lo que fuera el tipo a quién acababa de golpear.
Éste dejó escapar un quejido de sus labios, un quejido que murió enseguida a pesar de querer durar más.
"Idiota, nadie debe oírte".
Sam lo observó acercarse y se preparó para golpearlo de nuevo, pero antes de que pudiera hacer un movimiento, él ya había sujetado e inmovilizado sus manos detrás de ella. Lo único que le restaba por hacer era gritar muy fuerte y esperar a que alguien viniera a ayudarla, pero ni eso pudo hacer; él había notado sus intenciones y, a falta de una tercera mano, utilizó lo que le pareció más conveniente para apagar el grito que estaba por nacer: sus propios labios.
La ojivioleta abrió los ojos en shock... ¿acaso... la había besado?
No pasó mucho tiempo, cuando él logró sujetar las manos de la chica con una sola de las suyas y dejó de besarla, ahora podía usar su mano libre para silenciarla.
Sam intentó escaparse de los brazos del sujeto que la inmovilizaba, pero no pudo, ¡era tan fuerte! Sintió miedo y empezó a temblar... no, no era miedo lo que la hacía estremecerse, era su agresor, quien estaba helado. Lo observó con detenimiento, siendo esto lo único que podía hacer: tenía el cabello blanco y unos guantes del mismo color, sus ojos eran verdes... un verde fosforescente que recordaba haber visto antes. Él no la estaba viendo a ella, sino a la ventana, parecía estar buscando algo y se veía... asustado.
Entonces volteó a verla.
"Es... "
Su rostro estaba tan cerca, que podía ver con toda perfección y claridad sus bellísimos ojos violetas, ojos que había visto una vez en el pasado, hace 8 años... y aún más antes, cuando su madre vivía.
-Eres tú - susurró con tono de sorpresa y ella, al escuchar esto, reaccionó de la misma manera.
Era ella, la niña que casi asesinaba... y también la del globo, y la de un año antes que eso... era ella.
No podía dejar de verla y ella tampoco podía dejar de verlo a él.
-¡Sam, hija!... ¡Samantha! - era Pamela, quien se encontraba afuera, en el pasillo, y (por los sonidos que se podían percibir) se acercaba a la puerta de la habitación.
El chico (Sam se dio cuenta que era muy joven, así lo parecía) pareció salir de un trance cuando escuchó la voz de la madre de Sam e inmediatamente le soltó las manos y dejó de cubrir su boca, arriesgándose así a que ella lo atacara o gritara y revelara su presencia ahí. Retrocedió varios pasos, pero en ningún momento dejó de verla; fue entonces cuando se dio cuenta que ella sólo traía puesta la toalla de baño.
La puerta se abrió.
-Samie, cariño...
La aludida volteó a verla, pero por más que quiso no pudo captar ni una sola de las palabras que su madre le decía, ¡¿cómo podría? Acababa de ver al chico desaparecer frente a sus ojos, y milésimas de segundo antes… lo había visto sonrojarse.
-¿Sam?
Desapareció justo antes de que su madre entrara… él desapareció… desapareció de la misma manera que lo había hecho el hombre a quien había conocido cuando era niña, lo cual únicamente podía significar… que era él.
Tantos años pasó preguntándose si había sido real ese encuentro o sólo producto de su imaginación de niña, ¡y ahora descubría que siempre fue real!
-¡Samantha, ¿estas escuchándome?
-… Mande.
-Acabo de decirte que termines de alistarte pronto. Quiero que toda la familia, los 3 juntos, demos la bienvenida a nuestros invitados.
-Por supuesto.
-Ellos no tardan en llegar, así que apúrate querida.
-Claro, madre. Estaré lista allá abajo antes que lleguen.
-Bien, eso espero. – pronunció, haciéndole ver que en verdad lo esperaba, y salió de la habitación.
Sam, de inmediato, se giró para observar el lugar donde segundos antes se encontraba el chico… y no lo encontró.
"¿Se fue?"
Caminó con cautela hacía ahí y se detuvo un paso antes de llegar a colocarse en el mismo lugar que él. Contempló el aire frente a ella, pensando que quizá aún se encontrara en ese lugar y alargó su brazo para tocar ese aire, muy despacio, como si esperara que fuera a chocar con algo… pero eso no ocurrió.
Agachó la mirada y suspiró.
-Estoy segura que era él.
-¿Él? – se escuchó repentinamente una voz que provenía de algún lugar tras ella, así que volteó para encararlo, pero no estaba ahí… bueno, no parecía estar ahí, hasta que se materializó de la nada; Sam dio un pequeño brinco involuntario y, sin saber por qué, comenzó a respirar con dificultad.
-Sí, él… tú. ¡Eres el chico que conocí hace años, el del globo!
"Y el de la fiesta de cumpleaños también". Pensó el chico con extraño pesar.
-¿Cuál era tu nombre? – preguntó de improviso la pelinegra; estaba segura de que lo sabía, aunque no podía recordarlo.
-Daniel… y todavía lo es.
-Cierto -sonrió-, ya lo recuerdo. – A pesar de las extrañas circunstancias, ella sintió el deber de presentarse debidamente – Y yo soy…
-Samie – interrumpió él. Apenas terminó de decir este nombre, hizo una mueca. Él no era una persona que usara nombres "de cariño"… a decir verdad, ni siquiera era una persona. ¿Por qué la había llamado de esa forma entonces? Seguramente eso se debía al hecho de que siempre le nombraban de aquella manera; pero ellos eran sus familiares y él un simple extraño. Sam también dejó aparecer una mueca en su rostro cuando escuchó la manera cómo la llamó, una mueca que pronto fue remplazada por una brillante sonrisa.
-En ese caso, tú eres Danny. – negoció divertida.
Al contrario de su acompañante, la mueca en el rostro de él no cambió por una sonrisa, sino por un gesto de amargura. Danny… nadie lo había llamado de ese modo desde que su familia había muerto. Escuchar este diminutivo lo llenó de nostalgia y de repente se sintió llenar por unas increíbles ganas de llorar. ¿Qué pasaba? Él no lloraba, no había llorado desde el accidente con la muñeca de la hija del comisario.
-¿Ocurre algo? – Sam preguntó cuando notó lo raro que se vio de pronto, pareció romperse al escuchar ese diminutivo.
Al no recibir respuesta, optó por acercarse más a él y lo contempló con detenimiento en un intento de descifrar qué le pasaba… no logró eso, pero este análisis le permitió concluir que, a pesar de entrar a su habitación sin permiso (y besarla), era una buena persona… bueno, si es que era una persona; las personas normales no desaparecían de la forma que él podía. Entonces, ¿cómo…
-Nada – respondió repentinamente el chico, interrumpiendo el hilo de sus pensamientos – Lamento haber entrado a tu habitación y… - "lamento haberte besado" – lamento…
Sam lo miró atónita, ¡se estaba sonrojando de nuevo!
-Oye… - interrumpió la ojivioleta con una sonrisa cruzando sus labios, atrayendo su atención – descuida, sí te perdonó… pero, ¿te puedo preguntar algo?
-¿Eh?... claro.
-¿Qué eres? No conozco a ninguna persona que pueda hacer eso que tú haces… y con la temperatura de tu cuerpo, deberías estar muerto… - terminó con una pequeña risa.
-Cierto – murmuró, provocando que la sonrisa de Sam se desvaneciera – Yo soy… piénsalo, ¿qué crees tú?
-No… lo sé… - era cierto, no lo sabía.
Un gran alboroto podía ahora escucharse desde el piso de abajo, sonidos de pasos y personas que hablaban. Los invitados habían llegado y Sam todavía no se arreglaba; su madre iba a molestarse si no bajaba en ese mismo momento, cosa que no iba a ocurrir mientras tuviera un acompañante en su habitación.
"¡Maldición, ya están aquí!"
-No te preocupes, no te molesto más. Vístete, reúnete con tu familia y pasa una bonita noche. – dijo Daniel… Danny, observando la preocupación en los ojos de la ojivioleta, y luego medio-sonrió - ¡Feliz Navidad!
Comenzó a flotar.
-¿Te volveré a ver? – preguntó Sam llamando su atención.
-No podría asegurarlo… Soy… un fantasma. – y desapareció al atravesar su techo.
… Pero no se fue.
Después de salir de un pequeño trance nervioso, Sam terminó de arreglarse, aunque con un poco de lentitud, y no era para menos, ¡acababa de ver a un fantasma! Y no sólo eso, había también conversado con él ¡y hasta recibió un beso suyo! Eso era razón suficiente para que toda su concentración no estuviera enfocada en cómo iba a lucir esa noche frente a sus familiares.
Por supuesto que su madre estaba molesta con ella por evitar que toda la familia diera la bienvenida a los invitados, como los modales y la etiqueta lo exigían, ¡pero era Navidad! Si la época navideña se caracterizaba por algo, (y no era por la comida, dulces o juguetes) era porque era época de perdonar y disfrutar, ¡y claro que no había tiempo para estar enojados! Así que el enfado se disipó pronto.
El chico fantasma seguía en la mansión de la familia Manson, pues así era debido, su condición de fugitivo lo ameritaba. Invisible y silencioso observaba la reunión familiar, permitiéndose rememorar su última Navidad, la que también había sido su última noche con vida.
Suspiró resignado.
La última parte de la velada, la de los regalos, estaba dispuesto a perdérsela, pues sabía que era la más insoportable para él; pero algo lo hizo cambiar de opinión: ella.
Le prestó más atención, intentando descubrir qué era lo que la hacía tan especial; no, no era su hermoso vestido ni su maquillaje, aunque también eran especiales. Samantha… Samie sonreía de un modo muy especial durante todo el tiempo que duró la entrega de regalos, aun cuando no fuera su turno de abrir uno, pues realmente le hacía feliz convivir con su familia… y su sonrisa, alumbraba todo lo que alrededor de ella estaba.
… Y al fin pareció comprenderlo. Sonrió también, con ella, aunque ella no lo supiera. ¡Vaya si no estaba equivocado! ¡Definitivamente ella era especial!
-¿Quién diría – susurró invisible en una esquina lejana sin dejar de verla – que aquella pequeña niña se convertiría en esta jovencita tan linda?
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Un fantasma… él había dicho que era un fantasma.
Era 31 de Diciembre, el último día del año acababa de comenzar y a Sam no le importaba no haber dormido nada en absoluto (y eran ya las 3 am), ni le importaba permanecer despierta un par de horas más haciendo una pequeña investigación.
Tomó su laptop, abrió su página de búsqueda predilecta y tecleó Fantasmas. La cantidad de resultados fue abrumadora, así que volvió a teclear, Noticias REALES sobre fantasmas. Nuevamente encontró muchísimos resultados, pero esta vez esperaba que fueran diferentes, prometedores.
Lo que encontró iba desde enlaces a cuentos que decían ser historias verdaderas sobre fantasmas (y que obviamente no lo eran) hasta blogs y foros creados por locos obsesionados con el inframundo y todas esas cosas.
Ella, como buena gótica que era, sabía ciertas cosas sobre fantasmas y espectros. Había leído sobre sus increíbles capacidades: intangibilidad, invisibilidad, telekinesia, posesión de cuerpos; existían leyendas sobre sus horribles lamentos que provocaban locura si se les escuchaba; sabía de rumores que decían que existía "el mundo de los fantasmas", el lugar donde estos espíritus vivían y reinaban. En teoría, un fantasma era un ente que, al morir, dejó un asunto pendiente en la Tierra que debía resolver antes de trasladarse completamente al más allá.
Los mejores resultados obtenidos, después de varias horas de búsqueda, fueron dos enlaces a noticias locales que alguna persona colgó en una página no muy visitada.
La primera, que era de la primera semana de Diciembre, decía:
La tarde-noche del pasado viernes, Emily Thompson de 14 años, presenció el momento en que un fantasma rondaba el vecindario donde ella vive. Afirma que este ser parecía una persona joven normal, a excepción de encontrarse levitando varios centímetros arriba del suelo. Sus características son: cabello, guantes y botas blancos y un traje negro.
Y la segunda:
El mismo espíritu que fue descubierto rondando la semana pasada en las afueras de Amity Park, ha sido visto una vez más, pero ahora entrando a la propiedad de la familia Mayers. La pequeña Sophie de tan solo 7 años dice que entró a su habitación y desapareció cuando ella gritó. No se le ha vuelto a ver, pero es probable que siga aquí.
-Es un hecho que sigue aquí – murmuró la ojivioleta sin separar su vista de la pantalla cuando sintió una corriente helada rozar su piel.
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Eran las 7 de la mañana del último día del año y Sam observaba con atención al fantasma que estaba en la esquina de su cuarto desde hacía ya una hora.
-Lamento esto. Espero no molestar. - pronunció con sinceridad el chico fantasma sin levantar la vista del suelo.
-Para nada.
Cuando entró a su habitación atravesando la ventana, la ojivioleta notó que se veía preocupado por algo. Pidió que lo dejara permanecer una o dos horas en su habitación y Sam no se negó; ¿cómo hacerlo?, ¡tenía tantas preguntas para él! Pero lo había visto ensimismado en sus pensamientos desde que llegó y en todo momento, que simplemente no pudo hablar… hasta ese momento en que él se disculpó fue que pareció volver al mundo, y ella aprovechó la oportunidad.
-De hecho – prosiguió la ojivioleta – llegaste en un buen momento.
-No lo creo. No has dormido en toda la noche y no puedes dormir ahora conmigo aquí. – exclamó con tono culpable, aún sin mirarla.
-¡¿Cómo sabes que no he dormido en toda la noche? – cuestionó sorprendida.
-¿Has visto tu aspecto? - preguntó después de reprimir una pequeña risita.
-No… ¡vaya! ¿Luzco tan mal?
-Para nada. - esta vez sí estaba contemplándola, de un modo peculiar... especial.
-… - Era la tercera vez que lo había visto sonrojarse, aunque esta vez ella también lo hizo. Una sensación cálida y gratificante recorrió sus mejillas cuando lo escuchó pronunciar eso y cuando observó su rostro que parecía no mentir. - Umm… gracias.
-Sí… mmm… bueno, pues… de nada. – cambió de tema – Y… ¿Y por qué decías que llegué en un buen momento?
Sam sonrió. ¡Qué fantasma más peculiar! Se había puesto nervioso… ¡lo había puesto nervioso! Definitivamente, y de una forma muy particular, él ya se había ganado su afecto… a pesar de no saber nada sobre él, sentía un cariño especial hacía su persona… fantasma.
-Por esto. – se puso de pie y se acercó a Danny. Éste pareció sorprenderse de que Sam hiciera eso; pero ella no le dio importancia y se sentó a su lado. Le mostró la pantalla de su laptop, donde podían apreciarse los artículos que encontró - ¿Te suenan estas noticias?
Danny las leyó en silencio durante unos segundos y luego, sin levantar la vista de la pantalla, pronunció:
-Sí.
-¿Te gusta entrar a casas ajenas?
-No, pero…
-¿Pero aun así lo haces?
-Sí… debo hacerlo.
-¿A menudo?
-Sí.
-… ¿Y besas a todas las jóvenes que te descubren?
-… - esta vez no respondió de inmediato como lo había hecho ante las otras preguntas, no supo qué responder – Yo… yo lo… siento mucho – pronunció con lentitud sin mirarla y al mismo tiempo que se sonrojaba (era la cuarta vez) – De verdad lamento haberlo hecho la vez pasada, pero tenía que evitar que gritaras y no hallaba otra forma de hacerlo; si hubiera soltado tus manos para cubrir con una de las mías tu boca, tú…
-Yo te hubiera golpeado.
-Sí, y eres buena, eres fuerte.
-Gracias… - rio – y no te preocupes por disculparte por eso, ya lo olvidé. – Mentira – Oye, ¿y qué hubiera pasado si yo hubiera gritado? Estoy segura de que tu preocupación no radicaba en que mis padres pudieran venir a rescatarme de ti, ¿o sí?
-No. Si hubieses gritado, lo más seguro era que alguno de los fantasmas que me seguían aquella noche te hubiera escuchado y hubiera venido a ver si de mí se trataba… y hubiera descubierto que sí.
-¿Entonces la razón por la que entras a las casas es porque unos fantasmas te están buscando y no encuentras otro lugar donde esconderte?
-Así es – respondió sorprendido de que ella describiera con tal precisión su situación actual.
-¿Puedo preguntar por qué te buscan esos fantasmas?
-Claro que sí…
Guardó silencio mientras pensaba cómo responder, qué decir y qué omitir; transcurrieron varios largos segundos de silencio.
-Y… ¿por qué? – preguntó la ojivioleta y él sonrió.
-Ellos son un grupo… que se encarga de todos los espíritus que rondamos esta dimensión y nos rehusamos a ir a la Zona Fantasma.
-¿La Zona Fantasma? - el rumor era cierto - Así que así se llama – susurró para ella misma, aunque él pudo escucharla.
-¿Habías escuchado antes de ella? – preguntó incrédulo.
-Sí. Es el lugar donde los fantasmas viven, ¿no es así?
-Algunos vivimos en tu mundo… pero sí, es ese lugar. Quienes mueren aparecen en la Zona Fantasma… bueno, no todos, solamente los que aún no pueden ir al "más allá" por una u otra razón… Aunque eso no importa. El caso es que el grupo de fantasmas que están tras de mí, tienen una "misión": llevarse a la Zona Fantasma a los que andamos por aquí, rondando este mundo.
-Pero no entiendo por qué. Si se los llevan de aquí, ¿entonces cómo se supone que conseguirán resolver su asunto sin resolver?
-Ah, pues… - calló, ¿acaso esta chica sabía todo sobre la vida de los fantasmas? – Esa es una buena pregunta. Tal vez ya lo sepas, pero déjame contarte algo. Cuando una persona muere y ha logrado todo lo que en vida deseaba, cuando no tiene ninguna cosa pendiente por hacer, va al "más allá"… y tiene una vida llena de paz y todo eso… pero cuando no ha logrado todo lo que se proponía, va a la Zona Fantasma, donde permanece hasta que consigue resolver sus asuntos pendientes; para eso, puede volver a esta dimensión cuantas veces quiera – guardó silencio. ¿Por qué estaba diciéndole todas estas cosas? Seguramente ocurría que no quería revelarle demasiado pronto la verdad… la cual no podía retrasarse más – Esos fantasmas no se llevan a todos, solamente a los que andamos vagando por aquí… y hacemos daño a las personas – terminó de decir quedamente.
Sam se estremeció. ¡Él… ¿de verdad hacía eso? Le sorprendió sorprenderse tanto, ¡pero era que no lo creía! Algo sentía por ese chico… fantasma, que le hacía imposible creer que él fuese una mala persona… ¡fantasma! ¡Le devolvió su globo cuando tenía 6! ¡¿Acaso él sería capaz de hacer algo malo?... Sí, y ella lo sabía muy bien.
Varios segundos transcurrieron… ¿o fueron minutos?
Danny comprendió lo que ella estaba sintiendo: le temía.
-En fin, ellos están buscándome y cuando me encuentren me llevaran a la Zona Fantasma, cosa que yo no quiero. Fin de la historia. – concluyó rápidamente, contempló a la ojivioleta un segundo y se puso de pie, con la intención de irse. Sabía que eso sería peligroso, aún no transcurrían las horas que pretendía pasar escondido, pero suponía que después de lo que le había dicho, ella ya no querría que él permaneciera en ese lugar…
-¡Espera!
… pero se equivocó.
-Aún… aún no has contestado una de mis preguntas.
Danny puso una cara de confusión; ¿a cuál pregunta se refería? Le había hablado de los fantasmas que lo buscaban y de la Zona Fantasma, ¿se le habría escapado algún detalle?
-No me dijiste si besas a todas. - comentó con una sonrisa; no era que en verdad le importara, ella sólo debía evitar que se fuera, ¡no quería que se fuera!, y... bueno, tal vez sí quería saberlo, ¿acaso tener curiosidad era malo?
-… - sí, ella era una chica muy especial, pensó mientras la observaba a profundidad – No, eres la única a la que he besado… en toda mi vida.
-¿De verdad?
-Sí.
Sam bajó la mirada. Sintió algo extraño dentro de ella, no sabía qué era, ¿podría ser…? Volvió a posar sus ojos sobre el chico y observó que estaba sentándose de nuevo, pero esta vez un poco más lejos de ella de lo que antes estaba; por lo menos se proponía quedarse ahí. ¡Bien! Porque estaba ella dispuesta a platicar con él y hacerle más preguntas; pero un bostezo traicionero se escapó de sus labios de manera inconsciente, un bostezo que atrajo la atención del ojivierde.
-Deberías dormir. – le aconsejó.
-No quiero – pero su propio cuerpo la traicionó al dejar escapar otro bostezo.
-No me lo parece… Descuida, no te haré nada mientras duermes; es más, yo vigilaré que nada malo ocurra.
-¿Nada malo?... ¿Nada como que un fantasma fugitivo entre a mi cuarto sin aviso previo? – bromeaba, claro que bromeaba.
-Exactamente. – respondió con una sonrisa.
-Esta bien, dormiré; pero antes me gustaría hacerte una última pregunta.
-Adelante.
-Algo no me quedó claro - en realidad, muchas cosas no le habían quedado claras, pero al parecer no habría tiempo en ese momento para todas ellas... ya sería después - ¿Por qué no quieres ir a la Zona Fantasma? Podrías simplemente dejar que te lleven y luego volver si así quisieras, ¿o no?
-Supongo que sí... o tal vez no. No lo sé y no me quiero arriesgar a descubrirlo.
-¿En serio?... ¡¿Por qué?... Es decir, ¿por qué prefieres quedarte aquí a ir a la Zona Fantasma?... - él no contestó y no parecía estar pensando la respuesta, así que volvió a preguntar - ¿Estas buscando resolver tu asunto pendiente?
-¿Eh? - preguntó algo sorprendido.
-Sí, supongo que tienes uno - lo miró fijamente, queriendo imaginar su pasado, su vida, su muerte. - ¿Cuál es... - preguntó más para ella misma - tu asunto sin resolver?
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Espero verlo otra vez.
Continuara ======>